Gambas al ajillo, sabor y producto en Ses Oliveres

Cazuela de gambas al ajillo espolvoreadas con perejil

“Ajo crudo y vino puro, pasan el puerto seguro.”
Un dicho popular que encaja a la perfección con uno de los platos más reconocibles de la cocina mediterránea y con una de las elaboraciones más honestas de Ses Oliveres: las gambas al ajillo.

En la cocina de Ses Oliveres, situada frente al mar en el Port de Sóller, este plato se elabora desde el respeto absoluto al producto y a la tradición. No hay reinterpretaciones innecesarias ni adornos superfluos. Gambas frescas, ajo, aceite de oliva y perejil. La clave está en la selección del género y en el punto exacto de cocción, ese instante preciso en el que la gamba mantiene su textura firme y jugosa, sin perder su dulzor natural.

Desde el punto de vista nutricional, la gamba es un alimento especialmente interesante. Aporta proteínas de alto valor biológico, es baja en grasas y contiene minerales esenciales como el yodo, el fósforo y el selenio, fundamentales para el metabolismo energético y el correcto funcionamiento del sistema inmunológico. También es rica en vitamina B12, imprescindible para el sistema nervioso y la formación de glóbulos rojos.

El ajo, mucho más que un condimento

El ajo, protagonista silencioso del plato, se trabaja con cuidado para que perfume el aceite sin quemarse. Más allá de su potencia aromática, el ajo destaca por sus propiedades antioxidantes y antiinflamatorias, y por su papel tradicional en la salud cardiovascular gracias a sus compuestos sulfurados naturales.

El perejil fresco, añadido al final, aporta equilibrio, color y frescura. Es una hierba rica en vitamina C y vitamina K, con efectos antioxidantes y digestivos. Su función no es decorativa: limpia el paladar y redondea el conjunto.

Servidas en cazuela, con el aceite aún caliente y el aroma envolviendo la mesa, las gambas al ajillo de Ses Oliveres invitan a disfrutar sin prisas. Son un plato pensado para compartir, para mojar pan y para acompañar con un vino blanco bien frío, mirando al puerto y dejando que el tiempo vaya más despacio.

Una receta sencilla en apariencia, pero que demuestra que la buena cocina no necesita discursos complejos: solo producto fresco, técnica precisa y respeto por lo esencial.